Hace 65 millones de años, casi todas las especies desaparecieron de la faz de la Tierra. Los representantes más conocidos de la fauna jurásica, los dinosaurios (los no aviares), se extinguieron tras más de 150 millones de años de dinastía.
Un científico estadounidense de origen español, Luis Álvarez, ganador del Premio Nobel en 1968 por otros hallazgos, descubrió que aquella extinción masiva, la quinta ya en la turbulenta historia de la vida, había sido causada por el impacto de un meteorito que condujo al planeta a una especie de invierno nuclear.
Un científico estadounidense de origen español, Luis Álvarez, ganador del Premio Nobel en 1968 por otros hallazgos, descubrió que aquella extinción masiva, la quinta ya en la turbulenta historia de la vida, había sido causada por el impacto de un meteorito que condujo al planeta a una especie de invierno nuclear.
El acontecimiento fue tan importante que marcó, como todas las extinciones precedentes, el inicio de una nueva era geológica -y el comienzo de la dominación de los mamíferos sobre la Tierra-.
Hoy, resulta mucho más fácil identificar las causas de la sexta extinción masiva que estamos viviendo. La actividad humana se postula como principal, si no única, responsable de la diezmación a la que se enfrenta y se enfrentará la biodiversidad del planeta.
Los científicos suelen estar de acuerdo en que estamos ya en plena crisis y que cerca del 50% de las especies descritas -y cuántas de las no descritas, no lo sabemos- están ya en vías de desaparición.
Basta echar una mirada atrás a través de los registros fósiles para saber que en los episodios de extinciones masivas la supervivencia puede ser una cuestión de lotería. No es suficiente con ser el más fuerte o el mejor adaptado.
Pero en los ecosistemas, la eliminación de unas especies puede desencadenar un efecto dominó sobre otras. ¿Cómo saber cuáles son las piezas clave de la maquinaria de la vida?
Un grupo de biólogos de la Universidad de California en Santa Barbara (UCSB), EEUU, se ha propuesto encarnar el papel de Noé y determinar qué especies -en este caso de plantas- llevar en el Arca cuando llegue el Diluvio Universal.
El estudio, publicado esta semana en 'PNAS', se basa en la revisión de 40 estudios fundamentales sobre ecosistemas de pradera de todo el globo y concluye que las especies más imprescindibles son aquéllas que son genéticamente únicas.
Según la investigación, en base a esta jerarquía deberían ordenarse las especies por orden de importancia a la hora de emprender acciones para su conservación. "Ya que estamos perdiendo especies de ecosistemas de todo el mundo, necesitamos saber qué especies importan más", dice Marc W. Cadotte, investigador posdoctoral en la citada universidad.
Una cruda realidad para los seres vivos que se quedan fuera del Arca. Pero los científicos asumen que será imposible salvarlos a todos. En el frágil edificio de los ecosistemas, los pilares básicos los conforman las especies aisladas genéticamente -con pocos parientes cercanos- y que, por ser insustituibles, desempeñas funciones muy específicas de las que no es fácil prescindir.
Es el caso del 'botón de oro' ('Ranuculus acris'), una planta típica de los sistemas montañosos de Europa y Asia. Perderla, dicen los autores del estudio, tendría un impacto mucho mayor que quedarnos sin margaritas (Bellis perennis) o sin girasoles ('Helianthus annuus'). Estas dos últimas especies están emparentadas y si una de ellas desaparece, la otra podría fácilmente ocupar su nicho ecológico.
Los investigadores aseguran que los resultados no son arbitrarios. "Es un estudio muy sólido. Podemos estar muy seguros de las conclusiones. Los resultados muestran que la diversidad genética es la que determina si una especie importa o no", dice Bradley J. Cardinale, profesor de ecología, evolución y biología marina en la UCSB.
Al final, ¿las especies 'elegidas' -por el hombre- serán las más 'puras'?
Un estudio determina qué especies son más importantes para salvar los ecosistemas elmundo.es
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