domingo, 31 de agosto de 2008

El guardián español de los 'tesoros' de la fauna en República Democrática del Congo

Cada día, al amanecer, Luis Arranz coge su avioneta y ve la salida del sol desde el cielo, mientras a sus pies miles de elefantes se desperezan y decenas de abejarucos os rojos echan a volar. Tinerfeño, pero de origen segoviano, es el director del Parque Nacional de Garamba, una extensión tan grande como Asturias, pero en el corazón de África, en la República Democrática del Congo.
Allí lleva desde enero este biólogo de carácter tranquilo y ojos claros, tratando de sacar adelante una reserva espectacular de fauna salvaje, en una de las zonas más inhóspitas del planeta, acosado por los furtivos y los burócratas de Occidente.




Arranz es el único español que dirige un parque nacional en África y no lo tiene fácil. «No puede ser que los proyectos de la Unión Europea en este continente sean para cuatro años. ¿Y después qué? Los plazos para cambiar las cosas en este continente deben ser más largos, 30 ó 40 años», reclama.
Y lo dice con la incertidumbre de quien sabe que quizás su esfuerzo de hoy por esa reseca tierra congoleña se esfume en menos tiempo del que tardó en deshacer las maletas.
Garamba, 5.500 kilómetros cuadrados de parque y otros 7.000 de preparque, es una inmensa extensión que acoge a las más grandes manadas de elefantes de África, miles de búfalos, leones, leopardos, antílopes, hipopótamos e infinidad de aves.
Hasta hace unos años, habitaba en la reserva una subespecie de rinoceronte blanco, el del norte, única en el planeta. Arranz cree que ahora queda un único ejemplar, pero en el año que lleva en el parque no ha logrado verlo.
«He contratado a dos rastreadores para que le encuentren y poder ponerle un transmisor. Quisiera sacarlo a Kenia o Sudáfrica para cruzarlo con otros ejemplares que hoy están en zoológicos en Praga y San Diego», explica durante una reciente visita a España.
Conservación y desarrollo
Durante la entrevista con elmundo.es, se nota como Arranz se indigna porque haya que recurrir a estos métodos como solución extrema. «Lo que hay que hacer es conservar antes de que desaparezca. Además, invertir en conservación es hacerlo en desarrollo. En Garamba las familias no tienen ganado por la mosca tse-tse, viven de la yuca y alguna cabra. Ni siquiera hay ONG. Sobreviven y mal», denuncia.

El español causa mucho revuelo en los despachos de Bruselas cuando llega y pide dinero para comprar armas para sus vigilantes. «Tengo 180 'rangers' para luchar con cazadores furtivos que van bien armados. ¿Cómo se van a defender? En la UE me piden que cambie la situación de la mujer africana, como si fuera cosa fácil, pero no me dan los fusiles que preciso para recuperar el parque».
No es la primera vez que se enfrenta a estas situaciones. Antes de Garamba, Arranz dirigió el Parque Nacional de Zakouma, en Chad. Cuando llegó allí quedaban unos pocos elefantes. A los siete años su población era de 4.000 ejemplares.
Después, se acabó el dinero de la UE, cambiaron el director y ahora no debe haber más de un millar. «Yo no he vuelto ni de visita, me deprimiría. No sé si en Garamba pasará lo mismo cuando me vaya», augura.
Energía y afán aventurero para salir adelante no le falta. Los mismos rasgos de su carácter que, al acabar la carrera en 1980, le empujaron a cruzarse África en coche. En mitad del desierto, el vehículo murió, truncando la expedición, y Arranz acabó trabajando para una empresa maderera en Guinea Ecuatorial.
Tras varios años inmerso en proyectos de naturaleza en Latinoamérica y en el Parque Monte Alen, en Guinea, la UE le propuso dirigir el parque chadiano de Zakouma, por entonces muy abandonado. Primero obtuvo financiación para dos años, luego para otros cinco. Y se acabó.

En Congo, un país que estuvo en guerra hasta 2003 y aún tiene en su territorio a la Armada de Resistencia del Señor (LRA, en inglés), Arranz está contratado desde enero por una fundación holandesa, African Parks Foundation , que recibe dinero del gobierno congolés y de la UE. «Es mejor para controlar los fondos porque el problema de África no es el hambre. Es la corrupción. No hay más que ver lo que pasa en Guinea con Obiang o en Zimbabwe con Mugabe», enumera.
El proyecto que le llevó a Congo acabaría en 2009, pero ya tiene aprobados otros cuatro años. Gracias, en parte, a que la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo ha decidido arrimar el hombro: en otoño espera una niveladora que le ayude a abrir pistas en Garamba, donde para llegar a la aldea más próxima, a 26 kilómetros, tardan cinco horas y a una ciudad, una semana. «Tampoco necesito tanto», asegura. A su cargo, 400 sueldos que permiten vivir a 4.000 personas, entre guardas, peones de mantenimiento... y sus familias.
En su presupuesto incluye actividades de desarrollo local, como apoyar la creación de escuelas y hospitales. «En la UE les encanta hablar de gestión participativa o ecodesarrollo, pero cuando pido dinero para 200 kalasnikov se asustan. En Zakouma los furtivos asesinaron a 11 guardas. Y cuando me fui, mataron a los elefantes», insiste.
El sueño de Luis Arranz, que vive en una tienda de campaña, junto a un río donde se bañan 200 hipopótamos, es que un día Garamba sea tan conocido como hoy lo es el Serenguetti o el Ngorongoro, en Tanzania. Que los turistas lo visiten y las poblaciones cercanas vivan de un parque que ya es espectacular.
«No es cierto que prime la protección de los animales sobre las personas. En Garamba, entre 2004 y 2005 mataron a 4.000 elefantes, y lo hicieron por el marfil. También acaban con las jirafas, y son de una subespecie única, para hacer pulseras por los pocos pelos de la cola. En el parque, soy el padre y la madre de todos, creen que tengo una máquina de hacer dinero, pero también saben que quizás en cuatro años este dinero se acabe y el parque no de más trabajo».
Cuando sube en su avioneta, Arranz se acuerda de lo bien que le vendrían los 30 helicópteros que la ONU tiene cerca de Garamba. «Si ayudaran a proteger el parque, acabarían con la LRA mucho antes».
Pero pese a los problemas a los que se enfrenta cada día, pese a la corrupción y pese a sus duras condiciones de vida, no pierde la esperanza por África y cada amanecer se siente un privilegiado.



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